Tiempo muerto

Sales de casa corriendo, como cada mañana. Maldita sea nunca aprendes a no apurar esos 5 minutos, pero esque te dan la vida. Te enfadas porque el ascensor se para en el segundo y tarda unos segundos más. Qué vecinos tan desconsiderados. Fuera, en la calle, las tiendas abren, las señoras avanzan hacia el supermercado, siempre a primera hora, puntuales. Entras corriendo al metro después de esquivar al que reparte periódicos en la puerta, qué manía de ponerse siempre en medio… Y una vez dentro te enfadas porque se acaba de ir el tren, te haces hueco entre la multitud para poder coger el siguiente, que llega en unos eternos 4 minutos. Este no lo pierdo, piensas, voy a entrar la primera. Y te colocas en una perfecta primera fila.
Hoy estoy en ese mismo andén, y me veo, como en una vida paralela. Esperando en ese mismo suelo en el que ahora solo estoy yo y un par de personas que acaban de entrar cubiertas con sus mascarillas. Veo el miedo en sus caras. No les faltan motivos. Pero estamos preparados y tenemos una razón de peso para estar aquí, eso seguro. La pantalla marca 13 minutos. No pasa nada, pienso. No hay prisa. Me acuerdo y casi me puedo ver a mí misma preocupada por perder unos minutos y perdiendo los nervios porque el tren se acaba de ir. Qué desgraciada. En ese momento lo tenía todo y no me daba ni cuenta. Me sonrío a mí misma a través del caos y me digo, tranquila, escucha la música que está sonando en tus oídos, disfruta de la gente chocándose a tu alrededor, disfruta incluso del tío del acordeón que por una extraña exactitud matemática siempre entra en el mismo vagón en el que vas tú y te hace poner en «pause» tu canción favorita.

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